viernes, 18 de junio de 2010

El Hombre Que Hablaba

En el silencio de la noche, en el callar de la oscuridad. Un hombre que caminó por la vida y que nunca descansó, porque nunca se sintió agotado; que viajó por pueblos y ciudades, conoció personas y lugares que tal vez la mayoría de la gente de nuestro país aún no conoce ni conocerá. Luchó por lo que Él creía que era correcto: Por ser escuchado, luchó por tener su lugar, su espacio, su tiempo, su vida; luchó contra el sistema, un sistema en el que Él desconfiaba y por el cual no se iba a dejar manejar.

Era un hombre de muchas palabras, de muchas historias. Hablaba cuando tenía que hablar. Platicaba de vacas y caballos, pueblos y ciudades, de gente y de comida; recorrió de punta a punta los caminos que abarcaban a su nación, les dio la vuelta, y no durante 80 días, sino durante 80 años, y así lo hizo una y otra vez, era lo que Él quería, era su trabajo, y lo amaba. Platicaba de todo porque todo lo sabía, todo lo justamente necesario para llegar a ser lo que era... lo que fue: Una persona confiada y segura de sí misma.

Podríamos decir que alguna vez existió un hombre a quien no le avergonzó decir que era de rancho, que había crecido entre las vacas y que la leche de las mismas había sido su alimento.

En ocasiones discutíamos; Él quería de una carne, yo de otra; Él quería cierto tipo de jugo y yo otro. Pero siempre llevaba de los dos, y al llegar a casa Él comía de su carne y yo de la mía, Él bebía de su jugo y yo del mío. No le incomodaba gastar en comida, en tener lleno el refrigerador y todas las ollas repletas de algún guisado que Él mismo había creado con las sobras de otros mas. Decía que para eso era el dinero, para comer.

Muchas veces me regañó: por no comer, por llegar tarde, por no acompañar a mi Papá, por no dormirme temprano, por no saber el significado de alguna palabra un tanto inusual en nuestro vocabulario y la lista no terminaría. Me enseñó muchas cosas: cómo escoger la fruta, cómo escoger la verdura y hasta qué carne pedir cuando íbamos al mercado; me enseñó a hablar, a hacerme notar, a no quedarme callado. Me dijo que yo no sabía tocar guitarra, que sólo hacía "taka-taka" y no hacía "requintos bonitos".

Vivimos juntos durante casi 5 años. Durante ese tiempo lo conocí, conocí lo que realmente era y deje de verlo como lo veía antes: un familiar al que ocasionalmente veía cada 4 o 5 meses, del cual sólo sabía que era parte de mi familia, y ya. Pero así fue el estar juntos.

Todos los días, al llegar a casa, le decía: "ya llegamos Don Martín", a lo que Él respondía: "¡Bienvenidos!".

Muchas veces discutimos, caminamos, reímos y platicamos, le gustaba mucho platicar, de cualquier cosa. Tal vez lo último que hizo en este mundo fue eso: platicar.

Ya van casi 24 horas desde su partida. Ya no lo escucho, pero aún lo siento. Ahora sólo queda el recuerdo de la persona que me regañaba y que desde su cama me gritaba: "Ya duérmete Ari". Esa persona que ya no está en su cuarto, sino en una cajita de apenas veinte por veinte, esa persona a la que todos extrañamos. Pero también tenemos que dejar ir su recuerdo para que pueda descansar. No se quedará con nosotros, sino nosotros con Él, en nuestros corazones. Y algún día, muy lejano tal vez, cuando no tengamos nada más que hacer en este mundo, nos reuniremos con Él y al vernos dirá:"¡Bienvenidos!".

D.E.P. Don Martín 17/06/10